DESENMASCARARSE LA ASFIXIA
¡Abrázame!
Abraza mis sesgos de Plutón:
acaríciame la sombra,
con el arrojo de lo primordial.
Mientras, yo acariciaré tus claroscuros.
Sintámonos.
Escuchemos
cuán voraz es nuestra hambre.
Qué intenso nuestro tiritar...
Y, sin más:
(Un ancho
espacio
en blanco)
Nos perdimos.
¿Adónde fuimos?
Las invisibles manos
de nuestras conciencias
intentan palpar el aire,
siendo ellas él,
intentando palparse a sí mismo...
¿Adónde fuimos?
Llegó la hora de buscarse.
Sin conocerse.
Sin saber.
Sin ver.
Sin ser.
Solo percibiéndose la existencia
de forma intermitente . . .
Y andar, y andar...
Y, en algún momento, preguntarse:
¿cuántas otras no presencias
estarán andando, también, sin verse?
"Quizá alguien pueda abrazarles,
para que puedan percibirse."
Quizá… podamos abrazar
las particularidades
de nuestros conatos de existencia.
Y los ecos abruman el pensamiento.
Entonces, brota la lluvia
de quien ha percibido demasiado hondo.
Y los pies y el cuerpo aparecen,
resbalándose en su llanto.
¡Abrázame!
¡No me siento en este intenso desierto!
Y descubrimos...
De las lágrimas derramadas en el desierto blanco
comienzan a brotar principios de colores.
Y sentimos más. Y soltamos más.
Expresamos todas nuestras inquietudes...
“Solo... Solo...
Abrázame...”
Ahora podemos comenzar a percibir una figura sobre el desierto.
Esa figura aparece en lo que expresamos.
Alguien que se abraza a sí mismo
cuando nuestras miradas se encuentran.
Me reconozco en él
y él se reconoce en mí.
Nos reflejamos
en la expresión de nuestra emotividad.
Es así
como podemos comenzar
a abrazarnos.